La población humana crece con rapidez, y cada vez necesita más tierra para producir alimentos, fibras o madera. Sin embargo, cada año se pierden 6 millones de hectáreas de tierra fértil y otros 21 millones quedan tan empobrecidas que ya no vale la pena cultivarlas ni pastorearlas. Esta degradación del suelo conlleva pérdida de fertilidad y calidad del mismo debida a dos causas fundamentales:
- Por la erosión o desgaste de su superficie, con el consiguiente transporte hacia otros lugares.
- Por deterioro químico o físico debido a diversos factores, como la contaminación, la salinización o el anegamiento.
La erosión del suelo puede ser de varias formas, de carácter eólico mediante procesos de abrasión, barrido y arrastre de partículas del suelo por la acción de viento; de carácter hídrico debido al las gotas de lluvia que producen un efecto erosivo al golpear y disgregar los suelos arrastrando partículas y nutrientes. Esta a su vez se subdivide en una erosión laminar o en mantos, en regueros o surcos, en cárcavas y barrancos, y si la intensidad es elevada se producen coladas de lodo.
El ritmo de la erosión varía mucho de unas regiones a otras y va a depender de tanto factores naturales como del factor humano. Entre los factores naturales se encuentran:
- Clima: Influyen la distribución de temperaturas a lo largo del año, y la intensidad y régimen de los vientos dominantes, pero el factor climatológico fundamental son las precipitaciones. Atendiendo a su distribución temporal son más dañinas las lluvias torrenciales y esporádicas, como ocurre en el caso extremo de la llamada “gota fría”.
- Relieve: El aumento de la pendiente facilita la erosión, de modo que en las pendientes con inclinación superior al 15% los suelos corren el riesgo de ser eliminados.
- Naturaleza del terreno: Los suelos se erosionan más o menos dependiendo de su textura, estructura, composición mineralógica, permeabilidad y contenido en materia orgánica.
- Cubierta vegetal: A la hora de evaluar el grado de erosión es importante el papel que juega el tapiz vegetal sobre el suelo porque amortigua el impacto de las gotas de lluvia y frena el deslizamiento del agua por las laderas que arrastra todas las partículas constituyentes del suelo.
- Deforestación: La erosión del suelo aumenta como consecuencia de los incendios o cuando se eliminan los bosques y la vegetación natural para implantar cultivos.
- Sobrepastoreo: El exceso de ganado en una región termina agotando las praderas naturales, compacta el suelo y deja descubierta la tierra acelerando la erosión.
- Prácticas agrícolas: Al arar y remover el terreno para introducir monocultivos acelera la erosión puesto que estos cultivos son muy productivos a corto plazo, pero inestables y con menor desarrollo radicular que la vegetación natural.
- Minería a cielo abierto y obras públicas: Los desmontes que se llevan a cabo para abrir canteras, minas a cielo abierto, autopistas y otras obras de ingeniería conllevan un aumento de la erosión.
- Expansión de áreas metropolitanas: Los núcleos de población urbana crecen debido a las necesidades de vivienda, segundas residencias, con sus correspondientes redes de transporte que eliminan el suelo fértil.
Si nos centramos en el problema de la destrucción de los bosques y vegetación natural, deforestación, hemos visto que conlleva una pérdida de fertilidad y calidad del suelo que muy difícilmente se va regenerar de manera natural. Esta regeneración natural es extremadamente lenta a escala humana, de varias generaciones. Para hacernos una pequeña idea, la renovación de 2,5 cm de suelo superficial de zonas tropicales requiere entre 200 y 1000 años, y a nivel mundial se ha calculado que las tasas de regeneración en terrenos agrícolas son entre 20 y 100 veces superiores a las tasas de renovación natural del suelo.
La deforestación es uno de los problemas medioambientales más importantes en la Tierra, porque aunque nosotros no tengamos una implicación directa y posterior repercusión por la degradación de las masas forestales naturales, por la extracción de madera, expansión de superficies de monocultivos, urbanizaciones, contaminación del suelo, entre otros, al final resultamos afectados por las actividades humanas en cualquier lugar de la Tierra.
Las consecuencias son visibles ya en la actualidad, y cada vez se acentúa y la gravedad es palpable. La pérdida de los “pulmones verdes”, ya sean de mayor o menor superficie provoca la desaparición de muchas especies de fauna y flora, pérdida de biodiversidad, degradación de ecosistemas, variaciones climáticas de consideración a escala regional, y finalmente expansión de áreas desérticas.
La desertificación puede definirse como la degradación de las tierras en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas provocada por diversos factores, entre ellos las variaciones climáticas y las actividades humanas. En general, se admite que la desertificación se produce cuando la productividad agrícola de una región disminuye en un 10% o más. Algunos autores diferencian entre los términos de desertización, que definen como un proceso natural de formación de desiertos, sin intervención humana; y desertificación, en los casos en los que la degradación de los suelos es consecuencia directa o indirecta de la acción humana. En la práctica es difícil discernir entre un caso y otro, ya que incluso las condiciones climáticas pueden ser consecuencia indirecta de las actividades humanas. En general, los desiertos se expanden en la actualidad por un proceso de desertificación.
La erosión provocada por la degradación de la cubierta vegetal es el principal agente causante de la desertificación, al que habría que añadir la salinización y la contaminación del suelo, todo ello en el contexto de una climatología adversa y del impacto directo o indirecto de las actividades humanas.
La deforestación es uno de los problemas medioambientales más importantes en la Tierra, porque aunque nosotros no tengamos una implicación directa y posterior repercusión por la degradación de las masas forestales naturales, por la extracción de madera, expansión de superficies de monocultivos, urbanizaciones, contaminación del suelo, entre otros, al final resultamos afectados por las actividades humanas en cualquier lugar de la Tierra.
Las consecuencias son visibles ya en la actualidad, y cada vez se acentúa y la gravedad es palpable. La pérdida de los “pulmones verdes”, ya sean de mayor o menor superficie provoca la desaparición de muchas especies de fauna y flora, pérdida de biodiversidad, degradación de ecosistemas, variaciones climáticas de consideración a escala regional, y finalmente expansión de áreas desérticas.
La desertificación puede definirse como la degradación de las tierras en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas provocada por diversos factores, entre ellos las variaciones climáticas y las actividades humanas. En general, se admite que la desertificación se produce cuando la productividad agrícola de una región disminuye en un 10% o más. Algunos autores diferencian entre los términos de desertización, que definen como un proceso natural de formación de desiertos, sin intervención humana; y desertificación, en los casos en los que la degradación de los suelos es consecuencia directa o indirecta de la acción humana. En la práctica es difícil discernir entre un caso y otro, ya que incluso las condiciones climáticas pueden ser consecuencia indirecta de las actividades humanas. En general, los desiertos se expanden en la actualidad por un proceso de desertificación.
La erosión provocada por la degradación de la cubierta vegetal es el principal agente causante de la desertificación, al que habría que añadir la salinización y la contaminación del suelo, todo ello en el contexto de una climatología adversa y del impacto directo o indirecto de las actividades humanas.
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